martes, 4 de septiembre de 2012

Aunque hacía un poco de frío y algo de aire, quiso ir y yo no era quién para negárselo. En menos de dos segundos, ya estaba en su salsa. Nada mas llegar, una sonrisa adornó su cara. Nunca lo había visto de esa manera, sí, lo habia visto contento muchísimas veces, pero tan feliz no, era su lugar, donde debia estar, como un pez, que está conforme en una pecera, pero su sitio verdadero es el mar.
Solo podía pensar en lo que me había contado unas semanas antes. Cuando era pequeño y tenía problemas en el colegio, que en el descanso para comer, en vez de quedarse y jugar, subía a casa, dejaba la mochila, cogía la bici y se iba allí, ha montar, dar vueltas y saltos. Ahí, solo en ese sitio era donde realmente se sentía feliz, donde pertenecía realmente.
Y en esos escasos diez minutos tuve la suerte de ver a ese niño de 12 años, ese niño pequeño y triste que solo una cosa podía hacerle sonreir por fin.

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